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Por la falta de recursos, científicos que regresaron a la Argentina con el programa Raíces vuelven a abandonar el país

Por la falta de recursos, científicos que regresaron a la Argentina con el programa Raíces vuelven a abandonar el país

Alejandro Díaz Caro y Pablo Manavella son científicos de especialidades "duras" que habían sido repatriados y hoy migran por el desmantelamiento del sector. Carolina Marvaldi terminó su doctorado y trabajará para el gobierno de Estados Unidos porque su grupo de investigación está paralizado.

El jueves por la noche, mientras el presidente Javier Milei llamaba “casta” a los científicos argentinos en un evento del Foro Madrid en Buenos Aires, el investigador del Conicet Alejandro Díaz Caro publicaba en Facebook su decisión de regresar a Francia. Fue repatriado en 2014 con el programa Raíces y después de diez años de investigaciones en Argentina, vuelve a vivir a Europa. “Hoy me voy con el programa Motosierra”, escribió. Díaz Caro es doctor en computación cuántica y es uno de los investigadores que se va del país a nueve meses de gobierno de La Libertad Avanza porque ya no puede financiar sus proyectos.

Hasta el momento, hay 850 personas que obtuvieron las becas del Conicet a finales del año pasado pero que aún no pudieron comenzar a trabajar. Esto se enmarca dentro de una situación más compleja en la que fueron despedidos casi 2.500 empleados en todo el sistema de ciencia y tecnología. 

“Después de 10 años tengo que destruir todo, irme, desarmar”, dice Díaz Caro, investigador adjunto de Conicet y profesor de  la Universidad Nacional de Quilmes. Tiene 43 años y en la última década formó grupos de investigación de computación cuántica, dirigió proyectos internacionales y dictó cursos en América Latina. Esta semana decidió volver a Francia. “En 2014 quise apostar porque había una intención política y ahora tengo que destruir todo y volver a construirlo en otro país. Allá  voy a estar bien, pero me hubiese gustado hacerlo en Argentina. La única razón por la que me voy es el contexto económico, no hay otra”, cuenta a elDiarioAR.

El grupo de investigación que dirige Díaz Caro, de Lógica y Reescritura para Lenguajes de Programación.

Díaz Caro tiene en Argentina su grupo de investigación, incluso algunos proyectos financiados desde Europa, pero el desmantelamiento que sufre el sector impacta directo en su trabajo: “Tengo tres estudiantes de doctorado que a duras penas pueden subsistir. Cuando ellos terminen, no tengo mucha esperanza de conseguir nuevos estudiantes porque hay muy poca becas y con un nivel de salario extremadamente bajo”, explica. 

En septiembre de 2023 se definieron los concursos para las becas del CONICET en el que 850 investigadores e investigadoras fueron seleccionados. Sin embargo, un año después no fueron dados de alta  por “una cuestión presupuestaria”. Desde que asumió el gobierno de LLA, no se registró ningún ingreso de personal, ni tampoco 34 personas de convocatorias anteriores que ya habían sido efectivizadas para enero de este año. “La carrera del investigador en CONICET está cerrada de hecho”, sostienen.

La publicación de Alejandro Díaz Caro

Pablo Manavella atiende el teléfono desde París, donde participa de un Congreso sobre regulación genética en plantas, hay otros científicos argentinos allí. Hay una pregunta que escucha frecuentemente entre sus colegas de otros países: “¿Por qué llevan al colapso el sistema científico en Argentina?”. Hace dos meses que Manavella se instaló en Málaga, España, junto a su mujer y sus hijos de 11, 8 y 7 años. Es doctor en biología molecular de plantas, investiga los ARN pequeños, información clave para afrontar los cambios climáticos y futuros ambientes hostiles para los cultivos. Lo convocaron desde el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España (similar al Conicet) y después de analizar el la situación nacional, decidió aceptar. En los años previos había rechazado propuestas similares, pero está vez el panorama le pareció sombrío. “Con el cambio del gobierno y la intención de desmantelar el sistema científico que estamos viviendo silenciosamente, se volvió evidente que tenía que cruzar de vuelta el charco”, dice Manavella, que hizo su carrera universitaria en Córdoba, el doctorado en Santa Fe, el postdoctorado en Alemania y regresó también con el programa Raíces.

Pero no cruzó el charco solo, también se fueron con él alumnos de su grupo de estudios y estudiantes de otros sectores que lo contactaron ante la imposibilidad de financiamiento y formación en Argentina.  “Lo primero que se va a notar es una migración de la siguiente generación, que son los chicos que tenían que quedarse en Argentina haciendo post doctorados, doctorados o iniciar su carrera científica. Esos son los primeros que van a sentir este impacto y se van a tener que ir del país o abandonar proyectos científicos. Los seniors pueden resistir más”, anticipa Manavella. 

Edificio central del Conicet, en la Ciudad de Buenos Aires. Los científicos del organismo están diseminados por diversas casas de estudio, en todo el territorio argentino.

Los científicos son uno de los blancos de ataques de los gobiernos neoliberales. Esta vez Milei no los mandó a lavar los platos como el exministro de Economía Domingo Cavallo, sino que los llamó “casta” y los incluyó así como parte del origen de todos los males. “Los supuestos científicos e intelectuales, que creen que tener una titulación académica los vuelve seres superiores y que todos debemos subsidiarles la vocación”, afirmó el presidente durante su discurso en la convención de líderes de ultraderecha que se hizo el jueves en el exCCK, rebautizado Palacio Libertad. Pero lo suyo no es solo discursivo: desde que llegó al poder despidió a casi 2.500 personas que se dedican a Ciencia y Tecnología.

Según el último informe de dotación de personal de la Administración Pública Nacional, empresas y sociedades, que se realiza en base a datos del Indec, se pasó de 74.891 empleados en diciembre de 2023 a 72.443 en julio de 2024, con una destrucción neta de 2.448 empleos vinculados a ciencia y tecnología en diversos sectores del Estado. De ese total, el Conicet representa más de la mitad: 1.339 personas, de los cuales 825 están relacionados con becas y 514 son administrativos. También hubo caídas significativas en el INTI (-271) y en la Comisión Nacional de Energía Atómica (138 despidos).

Carolina Marvaldi tiene 31 años, meses atrás se recibió de doctora en farmacia y bioquímica. Se presentó a una beca postdoctoral para continuar con su proyecto que no le fue otorgada; quedó en la posición 22, con un puntaje que en años previos le hubiese alcanzado para ingresar. Investiga partos prematuros y quiere profundizar en patologías asociadas a la placenta. Sin embargo, ya no recibe un salario por participar del grupo de estudios en la Facultad de Medicina de la UBA y aceptó una propuesta del National Institutes of Health (NIH), el instituto nacional de salud del gobierno de Estados Unidos. “No fue fácil tomar la decisión pero con la vocación sola no se puede. Me gusta el proyecto que tengo en Argentina, el grupo de trabajo, pero si quiero seguir mi carrera en ciencia me tengo que ir afuera, con la esperanza de volver cuando tengamos financiamiento”, dice y se le quiebra la voz.

Edificio del National Institutes of Health (NIH), el instituto nacional de salud del gobierno de Estados Unidos a donde irá a trabajar Carolina Marvaldi.

Marvaldi es la nueva generación de científicos obligados a migrar de la que habla Pablo Manavella. El Estados invirtió en su formación durante 12 años, pero no puede seguir en Argentina porque no hay recursos y en enero de 2025 se va a Estados Unidos. “Mi decisión es consecuencia de las políticas económicas de Milei porque si me hubiese salido la beca yo iba a percibir un sueldo y me iba a poder mantener, pero en mi proyecto de investigación están paralizadas las convocatorias de la Agencia de Promoción Científica y Tecnológica lo cual hace que mi jefe investigador responsable no pueda aplicar y obtener un subsidio para comprar los insumos que necesitamos para investigar”, explica.

“Mi idea es volver porque quiero hacer ciencia en mi país”, dice Marvaldi. Ninguno de los tres se quiere ir, pero hoy en Argentina, las y los científicos son “la casta” y no se salvan de la motosierra.

CDB/DTC

Caputo desautoriza a Francos y avanza con su intención de limitar el acceso a la información pública

Caputo desautoriza a Francos y avanza con su intención de limitar el acceso a la información pública

El asesor presidencial estuvo detrás del decreto que busca proteger los datos considerados “privados” de los funcionarios. Mientras que el jefe de Gabinete se había mostrado abierto a recoger "las inquietudes" de los legisladores para transmitírselas a Milei, en Casa Rosada fueron intransigentes al afirmar que el texto "no se modificará".

El polémico decreto de Javier Milei que modificó los criterios de la ley de información pública, con el fin de proteger datos “privados” de sus funcionarios, motivó algunos cruces puertas adentro del Gobierno. Por más que el vocero presidencial Manuel Adorni haya intentado este viernes poner paños fríos al calificar de “falsas” las versiones acerca de internas en el gabinete a partir de ese tema, elDiarioAR pudo saber que estuvo la mano del asesor presidencial Santiago Caputo detrás de esa decisión oficial, que según voces especializadas pone en jaque el espíritu de la normativa sancionada en 2016.

Al igual que en el caso del resto de los decretos y leyes importantes del Gobierno, la redacción del texto estuvo a cargo de María Ibarzábal Murphy. Designada en abril como secretaria de Planeamiento Estratégico Normativo, la funcionaria depende en los papeles a la Secretaría General de la Presidencia que comanda Karina Milei, pero en la práctica reporta directamente a Caputo, el otro vértice del “triángulo de hierro” que conforma la cúpula del poder libertaria.

María Ibarzábal Murphy junto a José Rolandi durante una de las sesiones por la ley Bases en el Congreso.

“Nosotros siempre estamos dispuestos en modificar algo, si tenemos que modificarlo, [pero] no va a ser el caso este”, sostuvo Adorni, tajante, durante su última conferencia de prensa. Se trató de una postura contraria a la expresada por el jefe de Gabinete Guillermo Francos el miércoles pasado, cuando debió brindar su primer informe de gestión ante el Congreso. Allí, el ministro coordinador se había mostrado receptivo a las críticas de la oposición y hasta había dejado abierta la puerta a la posibilidad de “modificar” el decreto presidencial que intenta resguardar la “privacidad” de los funcionarios “si fuera necesario”.

Pero lo ocurrido a partir de ese momento puso en evidencia ciertas diferencias de criterios entre el jefe de Gabinete y Santiago Caputo. Fue la diputada radical Karina Banfi la testigo, en primera persona, de esos desacuerdos, que se parecieron demasiado a una desautorización. Según relató la legisladora de la UCR, fue el propio asesor estrella el que, pocas horas después de las concesiones discursivas enunciadas por Francos, se comunicó telefónicamente con ella para aclararle que la posición del Gobierno era la que se expresaba en el decreto.

Guillermo Francos brindó su primer informe de gestión ante el Congreso.

En Casa Rosada intentaron aclarar este viernes que, en realidad, “no hubo ninguna contradicción entre lo que dijo uno y lo que dijo otro”, en referencia a Caputo y a Francos. Sin embargo, la posición tomada por el jefe de Gabinete en el recinto distó demasiado de la de Adorni, quien justificó la necesidad de todas y cada una de las modificaciones publicadas el lunes pasado en el Boletín Oficial. Mientras que Francos había sostenido que recogía “las inquietudes” de los legisladores para transmitírselas a Milei, los argumentos del portavoz fueron intransigentes al afirmar que el texto quedará como está. “Si amerita alguna aclaración sobre algún punto, se hará, pero no se va a modificar”, sentenció, en línea con Caputo.

En Balcarce 50 no dan el brazo a torcer, pese al rechazo generalizado al decreto que, según denunció FOPEA y otras 60 organizaciones, afecta “el pleno acceso a la información pública”. Se amparan en un dictamen de la Procuración del Tesoro de la Nación, a cargo de Rodolfo Barra, que en julio determinó que no se debían brindar datos sobre los perros del presidente Milei por no tener carácter público. Fue luego de un pedido de acceso formulado en torno a la cantidad, raza, nombre, edad e información vinculada a la presencia de los animales en la residencia presidencial. Las preguntas fueron calificadas de “banales” por Barra, para quien se trataba de información “sobre aspectos típicamente domésticos” y por ende privada. 

El procurador del Tesoro, Rodolfo Barra.

Sin embargo, la actual injerencia directa de Santiago Caputo en un tema tan delicado, como es la obligación que tiene el Estado de proporcionar información, abre nuevos interrogantes. ¿Cuánto tuvo que ver en la promulgación del decreto la reciente revelación periodística del vínculo laboral que mantiene el asesor, en relación de dependencia, con una empresa agropecuaria? ¿Lo inquieta la posibilidad de que se den a conocer más movimientos suyos en el sector privado, paralelos a su labor en el Gobierno? Si bien su condición de mero contratado —su remuneración mensual es de $2.563.312, según consignó el informe de Francos— lo exime de presentar declaraciones juradas ante la Oficina Anticorrupción, ya que no forma parte de la planilla de funcionarios públicos, el poder que acumula lo convierte en una figura de extrema exposición.

En ese sentido, no deja de llamar la atención el reciente argumento que utilizó Milei para embestir nuevamente contra la prensa. En su último reportaje con LN+, el Presidente disparó contra los periodistas por no ser consideradas Personas Políticamente Expuestas (PPE) y justificó en ese dato su negativa a conceder conferencias de prensa. “Vamos a hacerlo jugando todos en el mismo terreno. Si quieren pido al Congreso que mande una ley para que los periodistas sean PPE, que presenten declaraciones juradas y sean sometidos al escarnio público”, lanzó, provocador. Quizás el primer paso deba ser comenzar por casa.

PL/DTC

Practicando con la boca cerrada

Practicando con la boca cerrada

El karate no es normal, los movimientos que aprendemos a hacer, las patadas, las posiciones, son como el alfabeto milenario de alguien que se mueve en contra de nuestra naturaleza.

Hay algo en el karate que no es normal. Me dice un karateca un poco más grande en edad que yo. Se ve que practica hace mucho porque tiene el cinturón negro desgastado. En realidad el color del cinturón es una convención para venderle a los occidentales –que siempre buscan competir, que buscan lo lleno, la casa propia– que se puede avanzar. En la tradición del karate lo único que no se lavaba era el cinturón –sí, el karategui– y por eso, después de años de práctica, el cinturón se ponía negro de suciedad. Pero en el fondo es blanco, es decir que uno, pase los años que pase practicando, es un eterno principiante. Esta idea me fascina: siento la necesidad de no dejar de aprender nunca, de no saber nada siempre. De moverme sencillo.  

Estamos en un vestuario cambiándonos para pasar el fin de semana practicando como si nos hubiéramos ido a un retiro. El sábado desde las nueve de la mañana hasta bien entrado el mediodía y después volver y seguir hasta las seis de la tarde. El domingo, de nuevo, pero sólo por la mañana y casi sobre el comienzo de la tarde, algunos tendremos que pasar el examen para primer dan. Para volver todo un poco con ánimo de thriller desde el viernes se habla de que se iba a venir una poderosa tormenta.  Y así fue: lluvia, vientos huracanados, alertas meteorológicas y árboles caídos. Durante la noche que va del viernes al sábado, después de ordenar el bolso que voy a llevar y poniendo cuidado en no olvidarme de nada (el karategui, el cinturón, las ojotas, los elementos para bañarme después, etc) , escribo un poemita chiquito para divertirme: “Mañana me esperan bajo la lluvia torrencial/mil japoneses con gesto marcial/ deberé pelear con ellos/ si aspiro a llegar / al palacio de la montaña en invierno/pero la verdad/ me estoy por tomar / el ascensor de Prince”.  

Es verdad, el karate no es normal, los movimientos que aprendemos a hacer, las patadas, las posiciones, son como el alfabeto milenario de alguien que se mueve en contra de nuestra naturaleza. ¿Por qué? Porque lo que creo que busca el karate –se encarne en donde se encarne– es que nos despertemos, que dejemos de manejarnos dentro del formato del lugar común, que busquemos lo asintáctico, lo inesperado, que es mucho mejor que lo imposible, que siempre es traumático. “Cada uno debe ir de acuerdo a su ritmo”, me dice mi sensei. También me dice: “No piense, pensar es tarde”. Estar en un dojo haciendo karate, en mi caso personal, es como empobrecerme a todo lo que dá. Simplemente no sé hacerlo. Las posiciones me cuestan muchísimo, pero cuando termino la práctica algo en mí, recóndito, aprende a estar en el mundo de otra manera. Yo creo que el karate te enseña a escribir con la boca cerrada. Cuanto menos Ego haya en  la práctica, la disciplina se vuelve alegría. Hacer un kata –como el que tengo que hacer esta tarde, la Bassai Dai– es como vivir durante un rato adentro de los poemas de Alberto Girri, esos poemas extraños, que parecen rebuscados, pero altamente sencillos cuando uno los orbita una y otra vez hasta saberlos de memoria. Pienso, por ejemplo, en ese que tanto me gusta “Cuando la idea del Yo se aleja”: De lo que va adelante/ y de lo que sigue atrás/de lo que dura y de lo que cae,/me deshago/ abandonado quedo/ del fuerte soplo/ del suave viento/ y quieto las espaldas/ vueltas las manos hacia arriba/apoyo en el suelo/corazón/abjurando de armas, faltas/ de oraciones donde borrar faltas,/ blando organismo, entidad/ que ignora como decir “yo soy”/ y en la enfermedad y la muerte/ vida y nacimiento/ ya no encontrarán lugar/como no lo encontraría el tigre/ para meter su garra/ el rinoceronte el cuerno/ la espada su filo/ Antes hacía, ahora comprendo“.  

Fijensé que en el comienzo del poema hay algo que el poema omite narrar, pero que es algo de lo que se desprende. Este comienzo vuelve al poema muy conceptual, de manera excesiva. Pero como si fuera poco empezar con esa rareza, inmediatamente invierte la frase coloquial “quedo abandonado del fuerte soplo, del suave viento”, para decir “abandonado quedo”. ¿Por qué Míster Girri? En principio, ese cambio asintáctico hace que mi atención se fije en el poema no en quien lo escribe. Sólo existe el poema. Es como un mensaje grabado por una máquina para ser escuchado en alguna civilización perdida. Y después las oraciones forman una imagen que tarda en hacerse en la mente del lector: “las espaldas vueltas/ las manos hacia arriba/ apoyo en el suelo/ corazón”. Esta debe ser una posición de yoga. En karate muchas veces hacemos en los katas movimientos donde con los brazos mostramos la salida del sol o con las manos y las piernas, avanzando hacia adelante, rompemos la fortaleza. En los katas hay movimientos de lucha pero lo que sucede es que no está el contrario, porque al adversario hay que imaginarlo, es un poco nuestro doble que viene para probarnos todo lo que puede un cuerpo.   

Estrategias para que el tigre no encuentre el lugar para meter su garra, ni el rinoceronte su cuerno, ni la espada su filo.

FC/MG

 

 

 

 

 

 

 

Rodrigo Nunes: "En todos los escenarios en que no estemos intentando cambiar las cosas, la tendencia es que crezca la extrema derecha"

Rodrigo Nunes:

El profesor de teoría política habla sobre su último libro “Bolsonarismo y extrema derecha. Una gramática de la desintegración”, analiza el resentimiento social que llevó al poder a Jair Bolsonaro o a Javier Milei, profundiza en los fracasos de la izquierda y el centro y plantea que si los políticos progresistas o de izquierda no logran acercar a la gente a sus propuestas, seguirá avanzando la extrema derecha.

Rodrigo Nunes, profesor de teoría política en la Universidad de Essex, en Reino Unido, fue profesor durante muchos años de la Pontificia Universidad Católica en Río de Janeiro y es autor del libro Bolsonarismo y extrema derecha global. Una gramática de la desintegración, editado en Argentina por Tinta Limón.

El catedrático brasileño analiza el resentimiento social que llevó al poder a Jair Bolsonaro o a Javier Milei, profundiza en los fracasos de la izquierda y el centro y plantea que si los políticos progresistas o de izquierda no logran acercar a la gente a sus propuestas, seguirá avanzando la extrema derecha.

—Hablás de una definición del bolsonarismo como una alianza de clases que, por un lado, se promueve desde el poder, pero encuentra una afinidad en la base de la sociedad. ¿Cómo funciona esa alianza de clases entre la élite en Brasil y los excluidos? ¿Cómo logra su eficacia?

—La manera más sencilla de resumir esta alianza sería que se trata de la alianza entre los que han desistido de esperar por las promesas de modernización de las relaciones de trabajo, las relaciones sociales, de la relación con las instituciones, la democratización, etc, etc, de una parte, y, de otra parte, una élite que ni siquiera pretende más fingir que estas promesas todavía son materialmente viables o que están políticamente disponibles. Pero la manera como se conforma esta alianza, como se produce esta alianza, es a partir de la costura afectiva y discursiva de distintos elementos que están bastante repartidos en el tejido social en diferentes clases sociales, por ejemplo, el conservadurismo social, el rechazo al feminismo y a los derechos LGTBQI+, etc. O, por ejemplo, en Brasil, un elemento muy fuerte que es el militarismo, la apuesta por la militarización del conflicto social. O, por ejemplo, en Brasil, como también de manera muy fuerte y muy evidente en Argentina, aquello que Verónica Gago ha llamado neoliberalismo desde abajo, la manera como el neoliberalismo ha logrado reformatear la subjetividad incluso de los trabajadores más explotados para que ellos se vean a sí mismos como emprendedores.

—¿Por qué la política no se propone o no logra discutir de manera más eficaz con la autoridad del mercado de alguna manera, que es la que lleva a que muchos se piensen como emprendedores de sí mismos y piensen su lugar en la sociedad como una cuestión de todos contra todos, de tratar de obtener su lugar a como dé lugar? ¿Por qué la política no puede discutir con eso?

—Básicamente que hay dos distintas respuestas para esta cuestión. La primera es más bien ideológica, digamos, que tiene que ver con el hecho de que hemos pasado las últimas cuatro décadas, con distintos matices y de distintas maneras, sea en la izquierda, sea en la derecha, pero siempre bajo un consenso alrededor del neoliberalismo como, digamos, sentido común económico y de gubernamentalidad. Esto sería la respuesta ideológica. Más allá de esto creo que hay una respuesta material que explica por qué a la izquierda le resulta muy difícil y la izquierda tiene mucho miedo de confrontarse a esta dominación ideológica del neoliberalismo, que es el hecho de que el neoliberalismo como un conjunto de políticas a nivel internacional ha resultado también en una exposición mucho más grande de los estados nacionales a la fuerza, a la potencia de las finanzas internacionales. O sea que para un gobierno aislado es muy difícil ir en contra a este tipo de política o en determinado tipo de conformación, de configuración económica y de gubernamentalidad, porque podría muy fácilmente ser aplastado por sus acreedores internacionales, por el mercado internacional de crédito, etc.

—Hablás de un sentimiento que aparece en los votantes de Bolsonaro, pero también uno puede pensar que aparece en los votantes de Milei, que es el resentimiento social, lo que denominás la llamada solidaridad negativa, esto de no depender de nadie, en todo caso, que las reglas sean iguales para todos, en la intemperie. ¿Qué responsabilidad tienen justamente los gobiernos progresistas por esos sentimientos que después la extrema derecha sabe interpretar y usar para llegar al poder?

—La verdad es que creo que en algún momento de éxito de la ola de gobiernos progresistas del inicio de este siglo en América Latina, realmente se llegó a creer que la reformatación de las subjetividades producida por los ajustes neoliberales desde los 80, 90, que esta reformatación de la subjetividad se podría haber superado y que por lo tanto la fuerza, el atractivo, por ejemplo, de la imagen del emprendedor o la naturalización de la idea del sacrificio en nombre de la economía o la naturalización de la idea de la competencia de todos contra todos en el mercado, que todo esto se había disuelto o que se había logrado deshacer con el éxito de los gobiernos progresistas. Lo que pasa, sin embargo, es que no solo estos gobiernos han sido bastante tímidos o incluso ambiguos desde el punto de vista, digamos, una vez más ideológico, en el sentido de efectivamente buscar plantear otra forma de darle sentido a la experiencia que no fueran estas formas en las cuales hemos sido entrenados por la reformatación neoliberal, sino que también al mismo tiempo, estos gobiernos no han efectivamente contestado el rol del mercado como, digamos, el árbitro último y espacio último, la arena última de distribución, de reconocimiento, de bienestar, etc. Entonces el rol del mercado no ha sido contestado. Lo que sí ha pasado es que durante algún tiempo la economía iba bien por cuenta del boom de las commodities, se lograba repartir más riqueza para la población y por eso todo andaba mejor que antes. Pero cuando este arreglo que había sido la causa del éxito de los gobiernos progresistas del inicio del siglo se rompe tras la crisis del 2008 lo que viene es no solo una crisis económica muy fuerte y no solo una crisis económica muy fuerte, cuya culpa la mayoría de la gente le echa a la izquierda porque era la izquierda que estaba en el gobierno, sino que lo que viene con toda fuerza, como un retorno, un regreso del recalcado, es justamente esta subjetividad neoliberal que se exprime por lo tanto en la competencia, en la identificación con el emprendedurismo y en esta idea de solidaridad negativa. La idea de que si yo no tengo ninguna protección, si yo estoy expuesto a todos los riesgos, entonces que por lo menos todos los demás también estén así.

—Marcás que en Brasil aparecían sentimientos antisistema, descontento, malestar, que quedaron en manos de la extrema derecha con Bolsonaro, que supo hablar de ese malestar, de ese descontento a partir de datos de la realidad que a veces desde el progresismo eran negados o se caía en una idealización de la realidad. ¿Pensás que eso es algo particular o propio de las dirigencias o que también incluye ese no querer ver ese malestar a las segundas líneas, a parte del activismo, a parte de la militancia, que tampoco quiere ver que hay un malestar y prefiere no mencionarlo dejándolo para que la extrema derecha pueda capitalizarlo?

—Sin duda esta incapacidad de reconocer estas cosas está bastante difundida entre la mayoría de la izquierda o, por lo menos, digamos, la mayoría de la izquierda que se ha identificado plenamente con estos gobiernos progresistas. Porque reconocer la legitimidad de algunos, seguramente no de todos, no de la misoginia o de la homofobia, pero reconocer la legitimidad de algunos de estos sentimientos anti-sistémicos implicaría reconocer también algunos límites intransponibles del tipo de política y del tipo de apuesta de manejo de la economía nacional que se habían planteado estos gobiernos. Entonces ahí seguramente —y yo discuto esto en el libro— hay un interés de parte de una parte grande de la izquierda en no ver estas cosas, justamente porque esto implicaría hacerse cargo de sus límites y de los límites de sus apuestas anteriores. Pero, claro, esto es un problema muy grande, porque mientras nosotros no reconocemos la legitimidad de algunos de estos sentimientos y que estos se originan no solo en cosas que son muy reales, sino que están muy difundidas en el tejido social, que son parte de la experiencia vivida de muchísima gente. Mientras nosotros no reconocemos esto y planteamos por lo tanto otro tipo de apuesta política, la extrema derecha sí los reconoce y propone soluciones que seguramente no son soluciones reales, sino normalmente son soluciones que de hecho tienden a acelerar los problemas que causan estos sentimientos, pero que cuando la gente está muy enfadada, cuando la gente no cree más en la racionalidad del sistema, en la capacidad del sistema de darle respuesta, justamente, a estos sentimientos, el tipo de ruptura que propone la extrema derecha parece seguramente muy seductora.

—Hay otra discusión que se da, que se está dando en Argentina y me imagino que también se dio en Brasil, de la extrema derecha con el centro. De hecho en Brasil existe el centrão, pero vos decís, bueno, no es un centro, es algo que es un centro que fue movido por la derecha, que corrió las coordenadas. Hay como un centro ideal. Es un capítulo muy interesante en el que hablás de ese centro, con soluciones ideales, pero para un mundo que se radicalizó producto de la política de la extrema derecha. ¿Por qué el centro también fracasa en su intento de doblegar a la extrema derecha? No solo fracasan los progresismos, fracasa también ese centro que dice: el problema es que perdimos los consensos mínimos. ¿Por qué fracasan desde el centro también?

—Los dos, sea la izquierda, sea el centro, fracasan en la medida justamente que tienen la intención de seguir como si las condiciones materiales de este consenso, justamente que yo llamo en el libro un consenso centrista, que sería justamente el consenso alrededor del neoliberalismo como forma de manejo sea de la economía nacional, sea del sistema internacional, y que busca solamente darle diferentes matices, más social aquí o más conservador. Ahí los dos fracasan, la izquierda y el centro, porque quieren seguir como si las condiciones materiales que volvían posible este consenso anterior o el arreglo que estaba sustentado por este consenso, quieren seguir como si las condiciones todavía existieran. Lo que pasa con el centro es que el fracaso del centro suele ser distinto del fracaso de la izquierda, porque el fracaso del centro suele ser menos una derrota política propiamente dicha y más bien una forma de apuesta doble. O sea que el centro apuesta en sus candidatos, pero también apuesta un poco en la extrema derecha. Y también busca reciclar los temas que plantea la extrema derecha. Busca apropiarse de algunas ideas o de algunas prácticas de la extrema derecha y al final puede mucho más fácilmente adaptarse a la presencia de la extrema derecha en el poder. De hecho, lo que se ve hoy es que partidos que antes serían considerados más bien como de derecha moderada en todo el mundo, como por ejemplo los torys y los republicanos en Estados Unidos, estos partidos se vuelven cada vez más partidos de extrema derecha. Estos partidos que han sido el centro se ven cada vez más fagocitados por la extrema derecha.

—Mencionás también que la extrema derecha desafía los límites de lo posible. Pareciera ser que es la única que lo hace en el actual mapa político. Mientras, hay un consenso realista que decís es irreal porque la realidad cambió. ¿Podés explicar eso? ¿Es la extrema derecha la que desafía la realidad o el consenso realista al que se abrazan otros, pero que no tiene la misma eficacia?

—Normalmente cuando se habla de realismo político, de hablar o de actuar de manera realista en política, lo que se quiere decir es un realismo en relación a lo que es aceptable a la gente en algún momento dado. Se dice, por tanto, que determinada política no es realista porque la gente no está preparada para esto y por lo tanto hay que proponer cosas que serían realistas, o sea, cosas que sean aceptables para la gente. Ya ahí hay un problema muy grande, porque al final la política, me parece, sí que es una cuestión de respetar la opinión de la gente, pero al mismo tiempo es una cuestión de principios y, por lo tanto, necesariamente no de doblegarse a la opinión de la gente, pero de buscar cambiar la opinión de la gente y traerla cada vez más cerca de los principios que nos son caros, que nos parecen los mejores. Pero, entonces, además de eso, hoy día cuando hablamos de realismo, por ejemplo, que imponerle impuestos a los billonarios sería irreal, porque desde los años 80 la idea de aumentar los impuestos es una idea irreal desde el punto de vista político. Bueno, esto no reconoce que la realidad ha cambiado en el sentido de que hoy, tras todas estas décadas en que, por ejemplo, hacer crecer a los impuestos era considerado irreal, el resultado que tenemos hoy es un crecimiento explosivo de la desigualdad económica y por lo tanto también de la desigualdad política. O sea, cada vez más hay cada vez menos gente con una capacidad mucho más grande de influir en los rumbos de la política. Y, además, cuando decimos, por lo tanto, que lo único que hay que se podría hacer sería, por ejemplo, lo que se ha hecho en América Latina en el inicio del siglo, una expansión del extractivismo y una apuesta redoblada a las commodities, al mercado internacional, etc, se está ignorando también otra realidad y un realismo que no es en relación a lo que sería posible o aceptable para la gente, sino lo que es necesario, que es sobre todo hoy el realismo en cuanto a la crisis ambiental, el realismo en cuanto al calentamiento global y el hecho de que soluciones de expansión indefinida, como serían en el pasado soluciones desde dentro del capitalismo para la cuestión social, para la cuestión de la desigualdad, etc, no son más viables o no son más viables de la misma manera a como eran en el siglo 20 o en los siglos anteriores. Entonces, lo que hay que hacer hoy es adaptar el realismo de lo posible al realismo de lo necesario. Y para eso lo que la izquierda necesita hacer es lo mismo que ha hecho y que ha sabido hacer muy bien la extrema derecha en los últimos años, que es justamente atraer a la gente a cada vez más hacia sus propuestas, hacia sus principios, hacia sus ideas, y no simplemente hacer lo que ya es aceptable proponer, lo que la gente ya piensa, porque esto no va a hacer nada más que mantenernos en el mismo sitio. Y la situación hoy es que si nos mantenemos en el mismo sitio, crece la extrema derecha. En todos los escenarios en que nosotros no estemos intentando cambiar las cosas muy radicalmente hoy, la tendencia es siempre que crezca la extrema derecha.

Entrevista realizada por Diego Genoud en su programa Fuera de Tiempo (Radio Con Vos).

DG/CRM

Sin homicidios registrados en el último mes, una calma precaria tiñe la ciudad de Rosario

Sin homicidios registrados en el último mes, una calma precaria tiñe la ciudad de Rosario

Luego de una secuencia de hechos que durante los primeros meses del año mantuvo en vilo a la población, el Ministerio de Seguridad informó que en agosto no hubo asesinatos en la ciudad. Para los vecinos la mayor tranquilidad se siente, pero sólo en la superficie. Segunda entrega de la serie Sin pena, pero con gloria.

Al volante del taxi, va un hombre que apenas entra en el asiento. Tiene una remera negra ajustada al cuerpo, el pelo rapado y la mirada dura. Unas gotas de sudor corren por su nuca en un mediodía de pleno invierno, sol y pesadez. “No puedo contestar esa pregunta. Vine de Paternal hace 25 años,  terminé de seguridad en un supermercado chino y ahora hago taxi. No, no sé por qué sigo viviendo en Rosario. Supongo que por pelotudo”, dice.  

Rosario tiene su historia independizada de todo relato nacional. Un camino de décadas pujantes en la industria, una caída y un laberinto de inseguridad y narcotráfico muy distinto al resto de la provincia y del país, con sus casos policiales sin resolver y las mafias organizadas impartiendo terror a plena luz del día. Algunos vecinos dicen desconfiar de los taxistas, los taxistas odian a los Uber y los Uber le piden a los pasajeros que viajen adelante para no tener problemas. En Rosario hay parques con árboles de copas frondosas y lagos artificiales parecidos a los bosques de Palermo. Hay tráfico, villas miseria y ruidos de escapes de moto a pocas cuadras de las casas más pintorescas y tradicionales. Hay dolor no resuelto, rock nacional y sonidos urbanos que brotan de las radios locales que siguen sonando.

Por primera vez en once años, la noticia desde Rosario fue una buena noticia. El ministerio de Seguridad informó que no hubo asesinatos en la ciudad durante el último mes. Se trata del período más largo sin homicidios desde que se comenzó a medir el crimen. Para el taxista, que elige mantener el anonimato, ahora todo está más tranquilo pero solo en la superficie. 

–No se matan a cielo abierto, pero la red de pibes está haciendo boludeces“. ”Los que se disputan los bandos ahora no tienen códigos, por eso hacen cualquiera. El que ordenaba a la manada está preso y ese fue el verdadero error –suelta.

Un policía custodia el frente el Centro de Justicia Penal de Rosario.

En marzo de este año una oleada de disparos, asesinatos y robos en pleno día y a la vista de toda la comunidad llevó a Rosario a un verdadero estallido interno. A partir del asesinato del playero Bruno Bussanich, que recibió tres disparos un sábado por la noche mientras estaba trabajando, los rosarinos comenzaron a creer que esto podía pasarle a todos, a cualquiera.  

Tras el asesinato del segundo taxista en una semana, también mientras trabajaban, la ciudad se “autositió”: la gente no salió a trabajar, los chicos no fueron a la escuela, los comerciantes no levantaron las persianas. El rotundo miedo a ser asesinado en un bar, caminando por la calle o comprando tomates en una verdulería, diagnosticó a los rosarinos uno de los peores males: el encierro por temor al exterior. 

La ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, viajó a la ciudad y dijo que había que terminar con “el hormiguero” y no ir hormiga por hormiga. Además, prometió un refuerzo de fuerzas federales con un operativo de inteligencia diferente que “corte con las mafias y la inseguridad”. Aseguró también que enviaría al Congreso la “ley antibandas” que, según dijo, sigue el modelo aplicado en Italia, Estados Unidos y en El Salvador de Nayib Bukele.

Al día siguiente, el 14 de marzo, a través del Boletín Oficial, anunciaron la creación de la Unidad Antimafia (UA) en el ámbito de la Secretaría de Lucha contra el narcotráfico y la criminalidad organizada del Ministerio de Seguridad. “Endurecer penas para mafias organizadas” se contaba entre los propósitos de un proyecto de modificación de ley que envió el Gobierno al Congreso unos días después. Durante las semanas siguientes llegaron a la ciudad policías de otras provincias y la Gendarmería, con un operativo que al día de hoy sostiene su despliegue, sobre todo por las avenidas más céntricas de Rosario.

De la semana con doble asesinato a taxistas ya pasaron cuatro meses. Es un día de sol contundente y colores vivos. Cruza por el monumento a la bandera Cintia Lares, de remera gris y chalina fucsia. Es la viuda de Diego Celentano, el taxista de 33 años asesinado en el mes de marzo. Cintia explica que entre los trámites por el auto, el fallecimiento de su marido y los problemas de salud de algunos miembros de la familia, apenas le queda resto para contener a su hija frente a la pérdida de su papá. 

Impactos de bala en el supermercado de la familia de Antonela Roccuzzo, en Rosario, el pasado 3 de marzo.

“Esa noche yo le dije a mi marido que no tome ese viaje. Fue raro todo. Le llega a la radio de la aplicación que nosotros pagábamos, ese viaje que no era en la zona de él, y veníamos del asesinato del otro taxista. Yo le dije que no vaya, pero él quería hacer unos pesos más para festejarle el cumpleaños a la nena, entonces lo tomó. Tomó ese viaje”, explica Cintia mientras llora y se ahoga con su propia angustia. Dos hombres se subieron al taxi de su marido y lo asesinaron con cinco disparos. 

“Hay Policía en muchos lugares donde antes no había, por eso está todo más tranquilo. Pero bueno, lo de siempre, después se van y todo vuelve a la normalidad. Y nuestra normalidad es un desastre”,  afirma un comerciante furioso, de mirada agotada. “Le dije a mi hija el otro día que vaya viendo si se muda a un monoambiente con alguna compañera de la facultad, y si se busca un trabajo, porque yo no puedo más. El mes que viene el alquiler se me dispara al doble y no lo puedo pagar. No me alcanzan las horas del día para generar más plata y ya no puedo pedir ni un pollo por delivery porque te cobran 1.500 pesos el envío. Todo es un disparate tan grande que, preocupados por la inseguridad, no nos dimos cuenta que no se puede comer”. 

Un hombre de gorra azul acomoda cajas de pizza vacías en un carrito, mientras cinco personas esperan el colectivo a menos de medio metro. De los cinco, cuatro mantienen la mirada baja en dirección al celular. La conexión virtual y la desconexión real es absoluta en esa esquina. Algo muy notorio en los barrios y en el centro de Rosario: hay carteles de vende y alquila cada 20 metros aproximadamente. La ciudad está a la venta. Uno de los locales del barrio Echesortu que alquila su espacio ahora está vacío, pero hace unos meses fue uno de los bares baleados durante una tardecita cualquiera en plena jornada. Cuentan los comerciantes de la cuadra que la gente salió corriendo de la parada del colectivo cuando vio cómo dos jóvenes, arriba de una moto, se subieron a la vereda, frenaron en el local y lo bajaron a tiros. Había cerrado hacía pocos minutos. El episodio fue solo un aviso, una señal, una expresión de violencia. Los encargados del bar volvieron a abrir un tiempo después, hasta que se fueron. En menos de dos días lo vaciaron y desaparecieron. Ahora se alquila, pero según un comerciante de la cuadra “ese comercio ya tiene mala prensa”. “Y acá la cosa es así: si no te metés en líos y te mantenés tranquilo, no pasa nada. Pero si te metés en quilombos, encontrás quilombos”. 

Cintia Lares, viuda de Diego Celentano, el taxista de 33 años asesinado en el mes de marzo.

A pocas cuadras del local, un edificio blindó su entrada con doble puerta de acero tras un tiroteo en un episodio que nunca se aclaró. En la esquina de esa cuadra, Carlos tiene un café: “Pan comido”. Se trata de un pequeño espacio con tres mesas y un mostrador que exhibe billetes de todas partes del mundo. Al costado, seis bandejas donde deberían ir las facturas están vacías. “Vinieron las chicas del geriátrico de acá nomás y me vaciaron. Me quedan alfajores de maicena y café, nada más”. En la tele, la NBA juega el pase por la final de los Juegos Olímpicos, y Carlos grita, aplaude y comenta. Jugó al básquet toda su vida. “Ahora está más tranquilo todo. Hace unos meses me rompieron el vidrio para robarme, pero seguro era un ratero medio boludo porque hizo un agujerito, no podía meter la mano, ¿ves? Entonces estalló todo el vidrio. Hizo un ruido bárbaro y me avisaron los vecinos. Se llevó dos pavadas, no pasó nada. También le robaron a una vecina el otro día acá, y a otro a la vuelta. Pero nada, no pasó nada”. 

Lorena Arroyo es cronista de calle y productora audiovisual. Camina Rosario todos los días. Cuenta que en el club donde empezó Messi, Abanderado Grandoli, al sureste de la ciudad, se encontró con nenas jugando a la pelota. La directora del club se siente orgullosa, cuenta que todas las niñas y niños del barrio construyen comunidad. También habla del hambre y de la vergüenza que sienten algunas familias por tener que ir a buscar comida cuando antes no lo hacían. El mismo día que Lorena visita el club que vio patear las primeras pelotas al 10, Scaloni visita el Shopping Alto Rosario y la gente se abalanza. Las radios locales lo cuentan y la locura del pueblo es total: Argentina salió campeón otra vez y las estrellas son santafesinas. 

La cancha de Newells, la noche del banderazo.

Es jueves, el frío azota durante una de las tardes más heladas del invierno y, a pocos días del clásico rosarino, los hinchas de Newell´s se congregan a metros del estadio para hacer su ya clásico banderazo en apoyo al equipo. Los rodea un importante operativo policial. Hace menos de 72 horas se desató un tiroteo contra el estadio. Vecinos de la zona manifestaron haber escuchado “al menos tres detonaciones” frente a la puerta de ingreso N.° 6, junto al parque Independencia. Según  explican los medios locales,  el club se encuentra bajo una polémica disputa por el mando de una de sus barras bravas. El frío de esa tardecita es tan húmedo que cala los huesos. Al volante de un auto por servicios de app va Federico, un estudiante de psicología que cuestiona el banderazo: “Llevan más de 15 clásicos sin ganar. Es evidente que el banderazo no les está dando buena suerte”, suelta con ironía. 

Ya en el parque, un grupo de hinchas toma vino y canta canciones. Alrededor pasa la gente, pero ellos lo ignoran. Quien no esté ahí para alentar, no existe. Habitan su propio microclima con gritos, risas y algarabía, hasta que se dispersan. La ciudad lentamente se apacigua. Mañana no hará tanto frío, mañana todo volverá a la normalidad o no, pero Rosario seguirá allí, con sus laburantes, las baldosas que lo homenajean a Fito, las risas de los chicos a las salidas de las escuelas. Con la vida que sigue incluso y a pesar de todo lo que se va perdiendo en el camino. 

AB/DTC